Como una carcajada en medio de un discurso político, la irrupción de Soda Stereo en la escena musical argentina en 1984 vino a sacudir cuerpos y conciencias aletargados por años y años de dictadura. Su irreverencia juvenil, su desparpajo rítmico y su pasión por la vida hacen de su álbum debut una joya contemporánea, significativa en sí aun si los dioses del rock no hubieran sido propicios a lo que la banda nos regaló más adelante.

         Curso intensivo para recuperar el tiempo viviendo bajo cadenas, Soda Stereo nos ofrece una clase de aeróbics a las siete de la mañana al son del ska, el rock y la música disco. Queremos desintoxicarnos no sólo de malos gobiernos, si no de la híper aceleración que han traído consigo: “Rápido, que pierdo el tren. / Rápido, que ya aumentó; / rápido, la información”, canta rápidamente Cerati en “Ni en un segundo”, mientras nos miramos unos a otros para ver si alguno sabe hacia dónde nos dirigimos con tanta prisa.

         Como todo programa de aeróbics, apunta a la liberación del peso corporal, por lo que va acompañado de un esfuerzo nutriológico. El humor es parte integral de la dieta, así que nos burlamos del mundo “light” al que los estereotipos de la farándula nos han sometido: “Te quiero pero estás tan gorda, / presiento que no sos moderna”, coreamos con el instructor mientras alzamos los brazos y gritamos luego en clave política: “¡El régimen se acabó, se acabó!”

         ¿El peor peligro de todos? Las apariencias, y ninguna más grande que el capitalismo. Por ello Cerati nos advierte: “Cuidado con Dorian Gray, / el tiempo es dinero. / Mantiene su juventud / usando polietileno / comprado en algún pornoshop.” La crítica se extiende a otras contradicciones del sistema: mientras que, por un lado, requerimos de una estricta dieta de azúcares, comida chatarra y televisión, por el otro se señala paródicamente que “hacen falta vitaminas”: “¿Qué esperás para soltarte? ¿Para animarte? / ¿O supones que alguien viene a despertarte? Oye, ¡te hacen falta vitaminas!”

         Pero no todo es comicidad en este álbum. La risa se mueve sobre el telón de fondo de la desgracia, y aunque el ritmo predominante es vivaracho y celebratorio, ello no nos libra de la devastación de “Un misil en mi placard”, donde Cerati nos narra plásticamente la irrupción de la guerra (¿de las Malvinas?) en la vida privada: “Tuve que dejar de hacer el amor / en el momento. / Fui en busca de un abrigo; / encendí un cigarrillo, / y ahí lo vi: / Un misil en mi placard… / Aquí también. / Creías que estabas lejos”. El dramatismo de la canción será más puesto de relieve en la versión acústica con que la banda abre su Unplugged de 1996, pero ya el reggae-ska de la original es hermosamente brutal.

         La balada rock “Trátame suavemente” nos sumerge por igual en un tono reflexivo, mientras que “Tele-ka” y “El tiempo es dinero”, con su ir y venir entre acordes alegres y solares y su transformación súbita en alaridos melancólicos, condensan a cabalidad el espíritu tragicómico del álbum. Incluso la decepción amorosa de “Sobredosis de T.V.” y los delirios aspiracionistas de “¿Por qué no puedo ser del jet-set?” son relatados siguiendo el sabio consejo de reírse de los propios infortunios.

Y, para cerrar con un dulce sabor de boca, “Mi novia tiene bíceps”, netamente desparpajada y burlesca: “Seguro que se cree súper niña… / Sigue igual de caprichosa, / pero ahora es musculosa… No puedo discutir con ella, / lo intento y me atropella… / Mi novia tiene bíceps, / cuidado con lo que le dices”.

En suma, un álbum íntegro. Lo que Soda Stereo hizo después de este punto fue también maravilloso, pero su debut-incursión en el humor hilarante, políticamente escandaloso e irreverente es único en su especie. ¿Qué habría sido de esta vertiente si la banda la hubiera seguido desarrollando más adelante en su trayecto?

La Nueva Acrópolis, 30 de julio de 2022