Raíz desconocida
como si apariencia
fuera tu conquista:
adentro, afuera,
manantial —si de cariño
espejismo— de asombro
quebranto. Solo
ocaso en mitad
dicha contra el pesar
del pasar los días
—tiempo si acaso
vuelta al atardecer—;
descomponer
siempre la cobija frita
que es nuestro tacto
cuando toca, ópalo silente
esta esquirla fugitiva
con amor y sin destino.
Fuego imán
que supura el día
cuando cristalinas oscuridades
conquistan el asombro:
si de la pieza —quebrazón
del instinto como automóvil
chocado— esculpes
los eternos instantes
que son racimos tristes
como antídoto para recaudar
los caudales del bioespacio
que nos compone.
Una mitad de incertidumbre
—hacia lo incomprensible
desfigurado se esparce
una bocanada de caos—
al sentir enmudecido
del tiento que compone
esdrújulas fugaces. Lámina
en techos de vientos y furia
tersura de los islotes fábricados
por el desconsuelo. Etmilogía
del tedio, abismo, manantial,
hoguera descompuesta
por la tormenta del sorpresivo
luminoso nombrar
como las costas pérfidas
de este insigne tropo
demeritado cuando acaba
llanero en el monte Olimpo
que es nuestro hacer olvido
lo exterminado con mercancías.

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