En el vértigo del presente global y sus metafísicas informáticas no hay formas en las cuales parezca tolerarse equivocarse. De ahí también lo express y expedito de esta mercantilización ad nausea de lo humano. La propia idea de los destiempos o el destiempo, depende si particular o si universal, remite a una forma de cronología de desfase donde lo singular y lo plural conviven. Destiempo siempre mediado por la metafísica internética, que tampoco es y ha sido ubicua como hecho cultural naturalizado hoy, además de que esta intermediación, hoy definitiva para el hacer humano, representa un aglomerado multicultural, políglota, transescritural y multimodal con procesos desarrollistas en distintas direcciones. Una metafísica que nos da la apariencia de accesibilidad pero que es restrictiva, por no hablar de la metafísica del metaverso, tema de otra designación.
La implicación del destiempo y los destiempos es dislocar las cronologías hegemónicas, eso sí, en la búsqueda de una teleología multifocalizada, de una filosofía de la historia multitemporal, de una antropologización temporal en cuanto a las diversas experiencias de los tiempos. Esta estructuración y destructuración de lo temporal puede comprenderse desde una apreciación que va más allá del productivismo. Y en ese nivel el destiempo es equívoco, sí, pero también es oportunidad. Es, entonces, un descomponer, un desmenuzar, un deshebrar, un desmitificar, un desmisitificar también, la experiencia cronotópica. Deslogizismo, desdicho, el destiempo y los destiempos entraman y componen formas mediante las cuales se dan cruces sociales, relacionales, de formas de intercambios en distintos niveles. Así, entonces, el destiempo es un desdecir de la realidad en la reflexión consciente de formas de aprehensión de los actos cósmicos traducidos en actos humanos.
En un proceso cultural deconstructivo el destiempo camina hacia lo desestructural, lo descompuesto, lo desarmónico y lo desdicho. Desdecir como estrategia de desnombrar y designificar lo cognoscible. Es el acto de desarticular y someter a cuestionamiento las formas lingüísticas. Desdecir más que renombrar como un sentido propio de desconocer. La destemporalidad representa una simbólica de lo desdicho, lo desnombrado, el acto de vaciar de significado o verter en las palabras un horizonte de enunciación desenunciante, o sea, de silencio. Un silencio hermenéutico y productivo, un silencio lector, escucha y atento para en el acto del desnombrar ver una desubicación de lo conocido. Ese silencio es el desconocimiento. Desfase semántico en las anclas de los nombres, el desdecir es desmaterializar los significados connotativos de los nombres y mostrar una actitud denotativa de los referentes. Es, en mi lógica de desobjetivación del materialismo histórico, un hípersubjetivismo. El desdecir respecto algo es porque tenemos un entendimiento y comprensión de lo dicho sobre eso. Desdecir como acto de retroceso y avance en el proceso de la significación, jamás absoluta, aunque alcanzable teoréticamente, sino concreta, aunque inconmensurable en su hipersubjetivismo.
En cambio, se necesita de la estrategia de la autocrítica, en su modo de unidad, crítica a la unidad, semánticamente al contenido, su representación, expresión y formas derivadas, junto a su crítica autoreferencial, subjetivante. El sujeto sostiene o podría sostener una dimensión unitaria, individual, pero al mismo tiempo una dimensión autoreferencial en un modo centrífugo. Las condiciones del sujeto unitario son cohesionantes mientras que las de la crítica autorreferencial son diaspóricas. No hay aprehensión de la totalidad diaspórica de eventos, circuntancias, modalidades expresivas, rutas eidéticas, entre tantos elementos componentes de la experiencia inserta en articulación concreta del sujeto. En sí, por ello, la autocrítica no remite a una mero ejercicio correctivo, impostado por una visión autodesarrollista, autocorrectiva y autoemprendedora. La diaspórica experienciabialidad humana recurre a segmentaciones técnicas, eidéticas, pragmáticas, operativas, entre otras formas para implementar entornos mayormente saludables, menos inhóspitos, más gentiles y también, exponencialmente creativos. El sujeto unitario y diaspórico no representan necesariamente una individuación, aunque sí, en cambio una desestructura. Por lo tanto, la autocrítica parte no exclusivamente de una autoconsciencia o una simple autorreferencialidad, sino de un constante intercambio, en ocasiones sesgado, en ocasiones objetivizado, en ocasiones subjetivado, en ocasiones, desrrelacionado, en ocasiones vinculado, en ocasiones, operante o inoperante. La autocrítica necesita para existir una precrítica una real crítica. El camino de lo precrítica puede ser corto o largo, estrecho o amplio, simple o complejo, aunque lo que verdaderamente da sustento a su comprensión es la crítica misma. La crítica no es un mero ejercicio receptáculo ni objetivo. Cabe aclarar. Es una dimensión actitudinal que requiere de la construcción de un criterio para trabajarla. No es definitiva ni atemporal ni ahistórica ni asocial.
¿Que renombre decimos al distemporaneizar el presente? La existencia misma de multitudes de tiempos. La experiencia cronotópica como femonenológica y la antifemomenología del tiempo, rutas sugeridas. Una reteleologización. Las agendas, lo agendado, lo agencial vale per se y en conjunto. ¿Qué es renombrar? Decir por ejemplo que un destiempo primigenio es el de machos y hembras, como una cronotopía biologizante, de la cual derivar, con fin antropológico, un estudio de la biocultural distemporánea de mujeres y hombres. Distemporaneidad por ejemplo, otra, la del societismo postindustrial y la de la societismo agroecológico, por no hablar del societismo feminista y del societismo rural. Formas de distemporaneidades vigentes, presentes y diaspóricas de la experiencia cronotópica.
